Debo confesar que nunca he sido un gran consumidor de las historias de superhéroes. En los motivos podríamos ahondar en otra ocasión, pero ni en los cómics, los videojuegos y ni siquiera en el cine, he logrado engancharme del modo en que si lo ha hecho gran parte de mi generación. Sin embargo, como toda buena regla siempre tiene sus exepciones, incluso para los más escéptidos, la mia (o una de las mías) es Batman: Arkham Knight.
Lanzado el 23 de junio de 2015 como el cierre de la trilogía iniciada con Arkham Asylum (2009) y continuada por Arkham City (2011), este juego no solo consolidó a Rocksteady como uno de los estudios más ambiciosos de la década pasada, sino que marcó un antes y un después para los juegos de licencias de superhéroes. Por ello, y para conmemorar este 10 aniversario, hemos decidido volver a Gotham y volver a encarnar al Murciélago.
El vigilante en crisis
Arkham Knight, como ocuure ya en otras historias de Batman, es una meditación sobre la identidad, la culpa y los fantasmas que el propio Bruce Wayne ha creado. Desde el inicio, la amenaza no es externa, sino interna. El Joker está muerto, sí, pero su sombra infecta cada rincón de la mente del protagonista. Rocksteady toma una decisión arriesgada al colocar al Guasón como una especie de espectro, una conciencia distorsionada que como de catalizador de las peores pulsiones de Batman.
Arkham Knight sigue siendo el espejo más oscuro en el que se ha mirado el Caballero de la Noche
Esta encarnación del Guasón no busca simplemente venganza: busca disolver la línea entre el héroe y el monstruo. Y lo logra, porque Batman no es un héroe incorruptible, es un hombre al borde de la fractura. Arkham Knight se convierte, así, en una especie de ópera trágica sobre la imposibilidad del control. La identidad secreta, la moral inquebrantable, la figura del protector: todo está en duda.
El personaje del Arkham Knight (cuya identidad, aunque predecible para los lectores de cómics, funciona dentro del juego como una alegoría del pasado que regresa) sirve como espejo oscuro de lo que Batman ha dejado en su camino. No hay decisiones sin consecuencias, y eso Rocksteady lo subraya con una estructura narrativa que poco a poco encierra al jugador en la misma paranoia que consume al protagonista.
El regreso a Gotham, un espejo de decadencia
La Gotham de Arkham Knight no es solo un escenario, es una extensión de la psique de Batman. Y también la del jugador. Sus calles vacías, sus luces neón filtradas por la lluvia, los murmullos de la radio, las amenazas desde las alturas: todo contribuye a crear una atmósfera de constante vigilancia. Es una ciudad sin ciudadanos, invadida por la violencia y el miedo. Una ciudad que ya no se puede salvar, solo contener.
Rocksteady comprende que el escenario puede ser más que un espacio explorable: puede ser una declaración emocional. Cada rincón de esta Gotham es un recordatorio de lo que se ha perdido y de lo que está en juego. Y al mismo tiempo, la ciudad es un laboratorio para experimentar con el sigilo, el combate y la movilidad que caracterizan la serie.
Gotham no es una colección de íconos sin alma. Es un personaje más
Aquí también entra en acción el que probablemente fue el elemento más polarizante del juego: el Batimovil. Convertido en tanque, rompecabezas mecánico, ariete urbano y nave de combate, este coloso sobre ruedas generó opiniones divididas. Pero viéndolo en retrospectiva, fue una pieza vital para hacer que Gotham se sintiera viva y extensa.
Su implementación, aunque a veces forzada, dotó de variedad al gameplay. Y no solo como vehículo: sus usos en combate, persecuciones, puzzles y desplazamiento expandieron el espectro de posibilidades del juego. En pocas palabras, te podía sacar de apuros o meterte en más problemas, pero siempre tenía un propósito.
El arte de golpear con ritmo
A una década de distancia, el sistema de combate de Arkham Knight sigue siendo elegante y satisfactorio. Lo que parece un simple «machaca botones» se transforma en una danza brutal, donde cada movimiento responde a la posición, al tiempo y a la decisión táctica.
Rocksteady logró algo que pocos estudios han conseguido: hacer que el jugador sienta que es Batman. No por el traje, no por los gadgets, sino por el dominio absoluto del espacio. Cada enfrentamiento es una coreografía de violencia contenida.
Por otro lado, visualmente Arkham Knight fue un portento en 2015. Y si bien hoy, en 2025, se siente como un juego octava generación en toda regla, su prolijidad técnica le permite seguir manteniendo el tipo. La lluvia, la iluminación volumétrica, los reflejos en tiempo real, los modelos detallados y el diseño de interfaces: todo está pensado con un gusto minucioso que evita el envejecimiento prematuro. Gotham no necesita ray tracing para sentirse real. Necesita, como en este juego, coherencia estética y una atención obsesiva al detalle. Y eso Rocksteady lo tuvo claro desde el primer momento.
¿Vale la pena jugar Batman: Arkham Knight en 2025?
Jugar Arkham Knight en 2025 más que un ejercicio de nostalgia, es una oportunidad para ver cuánto puede alcanzar el medio cuando se lo toma en serio. Rocksteady no hizo un juego de superhéroes: hizo una tragedia griega en tres actos, disfrazada de blockbuster interactivo.
El final fue divisivo, pero también coherente con todo lo que el juego planteaba. La desaparición del murciélago, la ambigüedad de su legado, la idea de que tal vez Bruce Wayne esté condenado a reinventarse una y otra vez, son todas lecturas que enriquecen la experiencia.
No todos los finales tienen que cerrar una historia. Algunos, como este, abren nuevas preguntas. ¿Puede alguien como Batman tener paz? ¿Hay redención para quienes han hecho del miedo su herramienta? ¿Cuánto de lo que hace es justicia y cuánto es expiación? Arkham Knight cerró una trilogía, pero abrió una puerta; una que diez años después, aún vale la pena cruzar.
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La noticia
A pesar de sus últimos errores, Rocksteady es clave para los juegos de superhéroes: ¿vale la pena jugar Batman: Arkham Knight a 10 años de su lanzamiento?
fue publicada originalmente en
3DJuegos LATAM
por
Ayax Bellido
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