
Hace apenas unos años, las imágenes del Desierto de Atacama, cubierto por montañas de ropa desechada, dieron la vuelta al mundo. Desde el espacio, los satélites captaban un mosaico multicolor en medio de la tierra árida del norte chileno: miles de toneladas de camisetas, jeans y abrigos que habían terminado allí tras cruzar océanos y continentes.
Hoy, Chile vuelve a ser noticia, pero por una razón diametralmente opuesta. El país logró el Récord Guinness del mayor intercambio de ropa del mundo, con más de 2.300 prendas en perfecto estado intercambiadas durante ocho horas en el Centro Cultural La Moneda, en Santiago.
Un punto de inflexión. El evento fue organizado por The Ropantic Show, una start-up pionera en moda circular fundada por María José Gómez Gracia. La iniciativa no solo buscaba batir un récord, sino denunciar la sobreproducción global de ropa y las consecuencias medioambientales del consumo desmedido. «Hemos normalizado que la ropa sea un elemento completamente desechable, que comprar sea una forma de terapia», explicó Gómez Gracia.
En Chile, cada persona consume 32 kilos de textiles al año, generando más de 572.000 toneladas de residuos, según el Ministerio de Medio Ambiente. Este contexto convierte al récord no en un simple evento cultural, sino en una respuesta colectiva a una emergencia ambiental.
De las pasarelas del desierto al ‘re-commerce’. El cambio comenzó con activismo y creatividad. En 2024, la ONG Desierto Vestido, junto con Fashion Revolution Brasil y la agencia brasileña Artplan, organizó el Atacama Fashion Week: un desfile en pleno desierto con modelos vistiendo prendas rescatadas de los vertederos. Según The Guardian, las piezas —diseñadas por la artista brasileña Maya Ramos— fueron elaboradas con ropa encontrada entre los residuos, simbolizando los cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua.
Un año después, esa alianza dio origen a una idea revolucionaria: «Atacama Re-commerce», una tienda en línea que regala la ropa rescatada del desierto, cobrando únicamente el costo del envío. El proyecto —impulsado por VTEX, Fashion Revolution Brasil, Artplan y Desierto Vestido— busca convertir el acto de comprar en línea en una forma de activismo ambiental.
En apenas cinco horas, la primera colección se agotó y más de 200.000 personas se inscribieron para futuros lanzamientos. «Es una forma simple y poderosa de transformar el comercio en conciencia», resumió el creativo Pedro Maneschy.
Un problema con el fast fashion. Este fenómeno ha generado una emergencia medioambiental y social. Las Naciones Unidas advierten que la industria textil y del calzado es responsable del 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y del 20% de las aguas residuales del planeta.
La producción mundial de ropa se duplicó entre 2000 y 2014, y los consumidores compran hoy un 60% más de prendas que hace dos décadas, conservándolas la mitad del tiempo. Durante años, Chile fue el destino final de los descartes de Europa y Estados Unidos. Se estima que unas 39.000 toneladas de ropa terminaban cada año en los vertederos ilegales del Atacama. «Vivimos a cinco minutos de los basurales y respiramos el humo de las prendas quemadas», denunció Ángela Astudillo, cofundadora de Desierto Vestido, a The Guardian.
Ahora, el país se ha convertido en un laboratorio de economía circular. Proyectos como EcoFibra, que fabrica paneles aislantes a partir de textiles usados, o Atacama Re-commerce, que rescata prendas para reusarlas, demuestran que la sostenibilidad puede ser también una oportunidad económica.
Del fallo judicial a un modelo de país circular. El pasado septiembre, el Primer Tribunal Ambiental de Chile emitió un fallo histórico que obliga al Estado a reparar el «desierto de ropa» de Atacama. El fallo ordena presentar un plan integral en seis meses que incluya el retiro de residuos, su disposición final segura y la restauración del paisaje. «El daño ambiental está acreditado y el Estado debe repararlo materialmente», señaló el ministro Marcelo Hernández Rojas. La sentencia, celebrada por organizaciones como Desierto Vestido y Greenpeace Chile, sienta un precedente regional en materia de responsabilidad ambiental.
En paralelo, la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP) —que obliga a las empresas a hacerse cargo de los residuos que generan— ha incorporado los textiles como productos prioritarios. Y universidades como la de Chile trabajan ya en modelos que profesionalicen la restauración de prendas y generen empleo local, según DW.
Además, el giro también es cultural. Cada vez más jóvenes chilenos optan por el consumo responsable. «Está normalizado el consumo masivo de ropa. Yo tomé la decisión de comprar casi todo de segunda mano o hacer trueques», contó Antonia Jerez, estudiante de 21 años. «Comprar ropa nueva ya no está de moda, hay demasiada dando vueltas por el mundo», añadió Catalina Navarro, de 23. Este cambio generacional refleja una nueva relación con la moda: más consciente, local y circular.
De símbolo del exceso a emblema del cambio. Durante años, el desierto de Atacama fue el espejo del consumismo global: un paisaje donde las etiquetas de Zara, H&M o Nike se mezclaban con la arena y el polvo. Hoy, ese mismo lugar se transforma en un símbolo de resiliencia ambiental y social. «Dimos la vuelta al mundo por las montañas de ropa en el desierto; ojalá que nos reconozcan hoy por la solución», señaló María José Gómez Gracia, fundadora de The Ropantic Show.
El desafío no ha terminado. Aún quedan miles de toneladas por retirar y una cultura global por transformar. Pero Chile ha demostrado que la moda también puede ser herramienta de cambio.
Imagen | Skyfi y The Ropantic Show
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La noticia
Chile tenía un desierto lleno de ropa usada. Ahora tiene algo de lo que presumir
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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