A simple vista, los mares son un paisaje vacío. Bajo sus aguas, la imagen es otra, por ella discurre una red de autopistas invisibles que ya sostienen nuestro día a día: los cables submarinos que llevan el 99% de las comunicaciones mundiales. Ahora, una nueva generación de interconectores eléctricos —de miles de kilómetros y potencia gigavatio— aspira a llevar sol, viento e hidráulica allí donde hagan falta, cuando hagan falta. La promesa es simple: que la electricidad viaje con el sol y el viento a través de husos horarios; la ejecución, no tanto.
El punto de partida: el Mar del Norte. El Reino Unido y Dinamarca estrenaron a finales de 2023 el Viking Link, un cable de 765 km que cruza el mar del Norte y permite importar electricidad cuando en la isla falta viento y exportar cuando sobra. Es el interconector más largo del mundo en funcionamiento, pero, como advertía Financial Times: “Puede que no lo sea por mucho tiempo”.
El reportaje del medio británico detalla que en el horizonte hay planes mucho más ambiciosos: unir Canadá con el Reino Unido e Irlanda mediante un cable de 4.000 km, enlazar Marruecos con Europa o exportar energía solar australiana a Singapur a través de más de 4.300 km de cable submarino.
A través de los cables. Este nuevo megaproyecto deja claro que los países llevan tiempo persiguiendo una conexión con las renovables, porque hay un desajuste entre producción y consumo, y hay que solventarlo.
El ejemplo más ilustrativo es el AAPowerLink en Australia. La compañía SunCable planea instalar 3 GW de solar en el Territorio del Norte, almacenar parte en baterías y venderla tanto a Darwin como a Singapur, a través de un cable submarino de más de 4.000 km. En palabras de su consejero delegado, Ryan Willemsen-Bell, recogidas por Financial Times: “Australia tiene abundante tierra y sol. La capacidad de compartir esos beneficios con nuestros vecinos tiene un enorme potencial”.
En paralelo, el North Atlantic Transmission One Link busca conectar la hidroeléctrica canadiense con Europa. El diferencial horario es su gran baza: cuando Canadá duerme, el Reino Unido arranca el día; cuando en el mar del Norte sopla viento a medianoche, Nueva York está preparando la cena.
Una lección desde Internet. La idea puede sonar futurista, pero ya hay precedentes sólidos. Como hemos subrayado Xataka, el planeta entero está surcado por cables submarinos de datos, auténticas autopistas digitales que han demostrado la viabilidad de infraestructuras de decenas de miles de kilómetros.
El Southern Cross Cable Network, de 30.500 km, conecta Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos desde el año 2000. El recién inaugurado 2Africa, de 45.000 km, rodea el continente africano y llega hasta Barcelona e India. Y en España, cables como el Marea (6.605 km, de Meta y Microsoft) o el Grace Hopper (7.191 km, de Google) enlazan Bilbao con la costa este de EEUU. La experiencia de estas redes de datos aporta un paralelismo evidente: si ya movemos información a escala global, ¿por qué no también energía limpia?
Aunque no todo es tan fácil. Desde Financial Times alertan de una cadena de suministro tensionada: la fabricación de cables, transformadores y estaciones convertidoras no da abasto. Los plazos de espera se alargan, y la disponibilidad de barcos especializados para tender cable es limitada.
A eso se suman los riesgos políticos. En Noruega, la exportación de electricidad a sus vecinos ha disparado el debate interno sobre precios. En el Reino Unido, el Gobierno rechazó este mismo año apoyar el proyecto X-Links para traer energía desde Marruecos, alegando “alto nivel de riesgo inherente”. Y con la guerra de Ucrania en curso, la amenaza de sabotajes a infraestructuras críticas es un hecho.
Mirando hacia dentro. En el caso español, el problema es más doméstico que internacional. Como hemos explicado en Xataka, el país ha corrido más que nadie en levantar renovables en la “España vaciada”, pero no ha desplegado con la misma rapidez los cables para llevar esa electricidad a las ciudades.
El resultado es un “puente roto”: a mediodía sobran megavatios baratos que se cortan o venden a precio cero, y por la noche la red necesita respaldo de gas, encareciendo el mercado. Según datos de la patronal Aelēc, el 83,4% de los nudos de conexión ya está saturado, lo que impide enganchar nuevos consumos como industrias, centros de datos o electrolineras. El reto, en definitiva, es no es planificar y reforzar las redes; así como, mejorar interdependencia con otros países para romper con el cuello de botella francés.
Un mapa de interdependencias. Más allá de lo técnico y lo económico, estas autopistas eléctricas dibujan un nuevo mapa geopolítico. Así como los oleoductos y gasoductos marcaron el siglo XX, las interconexiones de renovables pueden definir alianzas y dependencias en el XXI.
El ingeniero Simon Ludlam, cofundador del proyecto Canadá-UK, lo resumía en Financial Times: “El reactor nuclear más importante está en el cielo, y su energía se puede compartir gracias a la rotación de la Tierra. Pero necesitamos estar interconectados”.
El sol que brilla en el desierto australiano o el agua que cae en Canadá podrían encender, en cuestión de segundos, las luces de ciudades a miles de kilómetros. La transición energética no solo depende de producir renovables, sino también de aprender a moverlas. Si los oleoductos definieron la geopolítica del petróleo, las autopistas eléctricas pueden convertirse en las arterias invisibles del mundo que viene.
Imagen | Unsplash y What’s Inside
–
La noticia
El 99% de internet viaja por cables submarinos. Ahora hay un plan mucho más ambicioso en marcha: unir la red eléctrica
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
.