La alerta roja de tsunami emitida en la costa de Japón tras un fuerte terremoto en Rusia ha servido como recordatorio en crudo del desastre de 2011. Las televisiones japonesas cortaron su programación habitual para mostrar una orden inequívoca en mayúsculas: «¡TSUNAMI! ¡EVACÚEN!«. El mensaje, gritado al unísono por los presentadores, resonaba con los de hace 14 años. Pero esta vez, las centrales nucleares estaban mucho mejor preparadas.
Contexto. Para millones de japoneses, la escena que se vivió este miércoles era demasiado familiar. La memoria colectiva regresó de inmediato al 11 de marzo de 2011, cuando un terremoto de magnitud 9 desató un tsunami que no solo se cobró cerca de 20.000 vidas, sino que provocó el peor accidente nuclear del siglo XXI en la central de Fukushima.
Ayer, los trabajadores de la propia planta de Fukushima suspendieron sus tareas y evacuaron la central nuclear hacia terrenos más elevados, conocedores de que la seguridad nuclear ha sufrido una transformación radical. La industria nuclear global no solo aprendió las lecciones de Fukushima: las convirtió en hormigón, acero y nuevos protocolos a una escala sin precedentes.
El punto de inflexión. Para entender la magnitud de los cambios, hay que recordar qué falló exactamente en Fukushima-Daiichi. El desastre no fue causado directamente por el terremoto, sino por el tsunami que le siguió. Olas de hasta 15 metros superaron con creces el muro de contención de la central, inundando los generadores diésel de emergencia y cortando toda la alimentación eléctrica de la planta.
Sin capacidad para refrigerar los reactores, tres de los núcleos se fusionaron. La lección fue brutal: los márgenes de seguridad, diseñados para eventos probables, eran insuficientes ante un evento extremo. Fukushima fue una llamada de atención global que desató una revolución regulatoria y técnica. El cambio de paradigma se resume en pasar de un enfoque probabilista (diseñar para lo que se espera) a uno de resiliencia total (estar listo para lo inesperado).
No solo en Japón. Inmediatamente después del accidente, los reguladores de todo el mundo pusieron en marcha una revisión minuciosa de sus instalaciones, creando marcos internacionales para garantizar que las lecciones aprendidas se aplicaran en todas partes.
China y Estados Unidos promovieron estrategias para que todas las centrales nucleares puedan soportar una pérdida de energía indefinida. En Europa, todas las plantas pasaron tests de estrés contra terremotos, inundaciones y la pérdida total de sistemas de seguridad, obligando a cada país a implementar un plan de acción nacional en caso de encontrar defectos. Gravelines, la central nuclear más grande de Francia, reforzó su dique y añadió nuevas compuertas móviles.
Hormigón y acero. Las centrales japonesas han estado trabajando como ninguna, invirtiendo miles de millones de dólares. Sellaron todas las posibles vías de entrada de agua con puertas estancas, instalaron bombas de achique de alta capacidad y construyeron muros más altos.
Onagawa, la central más cercana al epicentro de 2011, sobrevivió gracias a su muro de 14 metros. Tras el accidente de Fukushima, la compañía energética Tohoku Electric Power no se anduvo con chiquitas y construyó un nuevo dique de 29 metros de altura, casi como un edificio de 10 pisos. Hamaoka elevó su rompeolas 22 metros sobre el nivel del mar, y reubicó los generadores diésel de emergencia en una colina a 25 metros de altura. Tokai-2 levantó un talud de 1,7 kilómetros de largo, preparada para resistir una ola de 17,1 metros.
Los reactores del futuro. Estas lecciones se han trasladado también a los nuevos diseños de reactores de tercera y cuarta generación, incluyendo los reactores modulares compactos (SMR), que los incorporan de serie. El AP1000 y su derivado chino CAP-1000 pueden mantenerse seguros durante 72 horas sin ninguna intervención humana ni energía externa gracias a sistemas de refrigeración pasiva que funcionan por gravedad y convección.
El EPR-2 europeo incluye una contención doble, un sistema de venteo filtrado y un «core-catcher» diseñado para contener el núcleo fundido en el hipotético caso de un accidente. Y el NuScale o el BWRX-300 de GE-Hitachi pueden instalarse como reactores subterráneos, lo que los hace intrínsecamente inmunes a tsunamis y otros desastres en superficie.
Un mundo más seguro. La alerta de tsunami del miércoles es un recordatorio de que seguimos a merced de la naturaleza. Pero también una oportunidad para constatar que, en los 14 años que han pasado desde Fukushima, las defensas de las centrales nucleares se han convertido en una auténtica fortaleza. El desastre de 2011 no fue en vano.
Imagen | IAEA
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La noticia
El terremoto ha reavivado el temor a un nuevo Fukushima. Esta vez, las centrales nucleares están armadas hasta los dientes
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Matías S. Zavia
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