En la Europa medieval, el aprendizaje de cualquier oficio (desde la herrería hasta la contabilidad) seguía un patrón casi universal: la relación maestro–aprendiz. Había pocas ‘carreras’ en el sentido moderno del término (se limitaban a ámbitos de conocimiento como la medicina, el derecho o la teología) por lo que el aprendizaje y ejercicio de las profesiones dependían bien poco de currículos escritos y evaluaciones estandarizadas.
Sin embargo, la tradición (complementada, en ocasiones, por la regulación ejercida por los gremios) establecía un método que garantizaba la calidad del trabajo: el aprendiz entraba a vivir o a pasar largas jornadas en el taller del maestro. Allí no solo aprendía la técnica: también absorbía la cultura del oficio, la disciplina de trabajo, las rutinas y el estándar de calidad esperado.
Este aprendizaje era eminentemente práctico:
- Observar al maestro y a oficiales con más experiencia.
- Imitar sus movimientos, herramientas y procesos.
- Practicar en tareas pequeñas y progresivamente más complejas.
- Producir valor real desde el principio, incluso en actividades menores (limpieza de herramientas, preparación de materiales, tareas de apoyo).
El maestro, a cambio, enseñaba no solo qué hacer, sino cómo pensar y resolver problemas del oficio. Además, al beneficiarse del trabajo del aprendiz —aunque fuera modesto al inicio—, el maestro podía permitirse dedicar tiempo a formar sin necesidad de cobrar una matrícula formal. Era un modelo donde el aprendizaje estaba integrado en la producción, no separado de ella.
Por qué el modelo maestro–aprendiz supera (a menudo) al aula
Este sistema tenía una ventaja pedagógica enorme:
- El contexto de aplicación era el mismo en el que se adquirirían y usarían las habilidades.
- La retroalimentación era inmediata, sin esperar a un examen.
- La motivación era intrínseca: el aprendiz veía cómo su trabajo contribuía a un resultado tangible.
En contraste, la educación moderna suele desacoplar el aprendizaje de su contexto real. Los alumnos estudian fórmulas, conceptos o procedimientos en abstracto, con la esperanza de que algún día.
Scott H. Young, programador y autor de obras conocidas como ‘Ultralearning’ y ‘Get Better at Anything’, argumenta que esto introduce una fricción innecesaria: la «transferencia» del conocimiento del aula al mundo real es mucho más difícil de lo que solemos asumir.
Por eso, aunque el modelo maestro–aprendiz pueda sonar anticuado, capta mejor cómo los seres humanos aprenden naturalmente:
- mediante exposición directa al trabajo real,
- modelado de conducta a partir de expertos,
- y una progresión gradual hacia la autonomía y la maestría.
En la actualidad, lo más parecido a este enfoque se ha transformado en prácticas como las pasantías, los bootcamps con proyectos reales, la mentoría profesional o incluso el trabajo colaborativo en comunidades open source. Pero la lógica subyacente sigue siendo la misma que en una forja del siglo XIII: aprender haciendo, observando y aportando, bajo la guía de alguien que ya domina el camino.
Aprendemos haciendo… y mirando
El «aprendizaje social», según subraya Young, nos distingue del resto de animales inteligentes: ver a un experto operar reduce décadas de ensayo y error. Un detalle provocador: a veces ni siquiera hace falta comprender por qué funciona una solución para poder reproducirla con éxito; la teoría puede venir después.
El aula convencional suele invertir el orden: mucha teoría (el por qué) con la promesa de que algún día se convertirá en práctica (el cómo). En medicina, por ejemplo, años de bioquímica y fisiología preceden a la exposición a pacientes. El modelo de aprendizaje con maestro recorre el camino inverso: primero la práctica guiada, luego la explicación.
La «pirámide del conocimiento» no existe
Imaginamos el saber como una pirámide: matemáticas en la base, luego física, después química, biología… y encima, los usos prácticos. Si la base es pequeña, todo se derrumba. Suena lógico, pero no describe cómo aprendemos realmente.
El aula tiende a venerar la pirámide (primero, reglas de conjugación, luego frases; primero, leyes de Newton, luego problemas realistas; primero, teoría de la computación, luego código). El aprendizaje como aprendiz ignora sin remordimientos esa jerarquía cuando hace falta, porque las teorías, en la práctica, suelen ser menos fiables que la destreza tácita que desarrollas trabajando.
Aprendices
Objeciones razonables… y cómo responderlas
- «¿Entonces la teoría no importa?». Importa, pero después: llega con más facilidad (y se disfruta más) sobre una base de experiencia, cuando ya tienes ejemplos concretos a los que atarla.
- «¿No hay campos donde la teoría deba ir primero?». Sí: aspectos relacionados con la seguridad o la ética, por ejemplo, pueden exigir teoría previa (p. ej., farmacología antes de prescribir). Young no defiende abolir la teoría, sino colocarla en su sitio: como capa que consolida y organiza lo ya practicado.
- «¿No es elitista el acceso a maestros y ecosistemas expertos?» A veces puede serlo. Pero podemos recrear rasgos clave de ese entorno con proyectos reales, comunidades, mentores informales y ciclos continuos de observación–práctica–feedback.
Diseña tu propia ruta como ‘aprendiz moderno’
Young propone tres movimientos estratégicos para inyectar el espíritu de la maestría medieval en tu aprendizaje de hoy. Añado, debajo, tácticas prácticas y ejemplos para que lo ejecutes ya.
Empieza por un propósito concreto
Cuanto más específico el objetivo inicial, mejor generalizarás después (paradójico, pero real). Por ejemplo:
- Programación: en vez de «aprender Python», construye una herramienta… un script que renombre automáticamente tus fotos, o un bot que resuma actas de reuniones.
- Idiomas: define el escenario… sobrevivir viajando por Andalucía, ver anime en VO japonesa sin subtítulos, leer a Dumas en francés. Tu currículo nace del uso que persigues.
Deja que la teoría siga a la práctica
La teoría engancha cuando ya tocaste el problema. Young cuenta que disfrutó y asimiló la teoría de cursos del MIT tras años de trastear con pequeños proyectos de software. Primero palpas, luego etiquetas y ordenas mentalmente lo que has visto. ¿Qué significa esto? **Codifica antes de estudiar estructuras de datos; toca canciones antes de aprender armonía…
- Sesión 1 (hacer): produce una solución, imitando a un experto si es posible.
- Sesión 2 (mirar): observa a un profesional resolviendo lo mismo; compara línea a línea.
- Sesión 3 (nombrar): ahora sí, busca la teoría que explica tus decisiones (o tus errores).
Sumérgete en un ecosistema de práctica experta
Los ecosistemas —laboratorios, talleres, comunidades de práctica— aceleran el aprendizaje: abundan los modelos a imitar, el feedback fluye, y el listón del «buen trabajo» es visible. Pero, ¿cómo conseguirlo en 2–4 semanas?
- Únete a un proyecto con entregables públicos (p. ej., repositorios open source, asociaciones locales, colectivos artísticos).
- Haz shadowing: pide permiso para observar 2–3 sesiones de trabajo de alguien que admire tu objetivo.
- Ritual de feedback: somete cada pieza que hagas a una revisión de alguien mejor que tú.
Un plan de 30 días para aprender «a lo medieval»
Semana 1 — Orientación a producto
- Define tu encargo (producto final) y plásmalo en una especificación de una página.
- Identifica a 3 expertos; analiza cómo trabajan (observación directa, vídeos, repositorios, piezas publicadas).
- Crea el MVP (producto mínimo viable): la versión más tosca que ya hace algo útil.
Semana 2 — Imitación guiada
- Repite tu MVP copiando deliberadamente el estilo/flujo de un experto.
- Documenta 10 decisiones: qué hiciste, qué hizo el experto, qué cambiarás.
Semana 3 — Teoría a demanda
- De cada obstáculo, extrae una pregunta teórica y estudia la mínima teoría necesaria para mejorar esa parte.
- Reescribe tu pieza con la teoría aplicada.
Semana 4 — Ecosistema, entrega y evaluación
- Presenta tu trabajo a dos personas expertas para crítica.
- Publica/entrega la pieza (portafolio, demo, artículo, mini-concierto).
- Redacta tus conclusiones a posteriori: lecciones, errores, próximos pasos.
Errores comunes cuando intentas «aprender haciendo»
- Pirámide encubierta: empiezas con un proyecto… pero te refugias dos semanas en teoría antes de tocarlo. Antídoto: limita la teoría a resolver el próximo bloqueo concreto.
- Aislamiento: producir sin observar ni recibir feedback. Antídoto: programa revisiones periódicas con alguien mejor.
- Infierno del tutorial: consumir guías infinitas sin crear nada propio. Antídoto: establece un producto público con fecha de entrega.
- Ambición difusa: «aprender X» sin un uso. Antídoto: vincula tu aprendizaje a casos reales (cliente, audiencia, escenario de uso).
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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La noticia
En la Edad Media hacían bien una cosa a la hora de aprender una profesión, según este programador. Así puedes replicarlo hoy
fue publicada originalmente en
Genbeta
por
Marcos Merino
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