Las plataformas chinas lideran la moda «low cost» global, atrayendo a jóvenes con precios imbatibles y una experiencia de compra gamificada. Mientras transforman hábitos de consumo, generan alarma en el comercio local.

Las bolsas plateadas con letras naranjas o cajas sin remitente ya son parte del paisaje en muchos hogares argentinos. Provenientes de China, contienen desde vestidos y zapatillas hasta cosméticos, adquiridos en plataformas como Shein, Temu y AliExpress. Este fenómeno, impulsado por la reapertura de las importaciones y los sofisticados algoritmos de consumo, está redefiniendo la experiencia de compra, convirtiéndola en una forma de entretenimiento, pero también encendiendo las alarmas en el comercio local.
El fenómeno del «Fast Fashion» al alcance de un clic
Shein, AliExpress y Temu son los nombres detrás de la explosión del «fast fashion» o «moda rápida», un modelo basado en la producción masiva de prendas a bajo costo y en tiempo récord. Estas plataformas detectan las tendencias virales en redes sociales y lanzan cientos de diseños nuevos por semana. La producción masiva y a bajo costo de prendas genera una cantidad exorbitante de residuos textiles, contribuyendo a la contaminación del agua y la tierra por el uso intensivo de químicos y microplásticos. Además, para mantener los precios irrisorios, estas empresas a menudo recurren a condiciones laborales precarias, con salarios bajos, jornadas extenuantes y falta de seguridad para los trabajadores en las fábricas, principalmente en países subesarrollados.
Shein, nacida en 2008 y disparada globalmente después de 2020, opera en más de 220 países, ofreciendo ropa económica de calidad variable. AliExpress, parte del gigante Alibaba desde 2010, es un vasto mercado online para todo tipo de productos. La más reciente, Temu, lanzada en 2022 y subsidiada por PDD Holdings, irrumpió en el mercado latinoamericano en 2024 con una agresiva estrategia de ruletas de descuento, cupones y promociones virales.
Gracias al nuevo régimen argentino de «puerta a puerta», los pedidos pueden llegar en tan solo 15 a 25 días. Con una franquicia anual de 3.000 dólares y un límite de cinco envíos al año, los primeros 400 dólares están exentos de aranceles, abonándose solo el IVA, lo que hace que los precios resulten casi irreales frente al mercado local.
Precios insuperables y una experiencia de compra adictiva
El atractivo es claro: camperas por 55.000-60.000 pesos, zapatillas por 30.000-35.000, y vestidos entre 15.000 y 20.000 pesos, mientras que un jean similar en marcas argentinas puede rondar entre 42.000 y 76.000 pesos. Esta brecha de precios, sumada a la variedad de estilos y talles (hasta 7XL), ha convertido la compra online en un hábito para muchos jóvenes.
La comodidad de adquirir productos desde casa, la ansiedad por el seguimiento del envío y la interacción en redes sociales (con unboxings que se viralizan en TikTok e Instagram) transforman la compra en una experiencia social y de entretenimiento. Pero no todo es color de rosas, la baja calidad de los productos es notoria y habitualmente no llega lo esperado, esto también genera engagement entre usuarios de Tik Tok quienes hacen videos comparando «lo que pedí vs lo que recibí»
Cuál es el alto impacto en las economías locales de las compras del exterior

En el microcentro tucumano, el impacto es palpable. Comerciantes notan una drástica caída en las ventas entre semana. Gabriela Coronel, presidenta de la Cámara de Comercio de San Miguel de Tucumán, es contundente: «El 60% de los comercios del microcentro son del rubro indumentaria. El impacto es directo. Estas plataformas no pagan impuestos, no generan empleo local ni sostienen una cadena de valor nacional. Es una competencia desleal«.
Coronel señala que el entorno normativo actual favorece el informalismo y destaca que Francia ya reguló el «fast fashion» digital por incumplimiento de estándares básicos, sugiriendo que podría replicarse en países como Argentina. La atención personalizada y la posibilidad de «ver lo que me llevo» siguen siendo un valor irremplazable para muchos consumidores y el último bastión de los comercios tradicionales.
La transformación del hábito de «ir de compras» a un acto digital es innegable para las nuevas generaciones. El celular se ha convertido en el nuevo probador, y el consumo, en entretenimiento. Pero detrás de cada clic, hay una cadena de valor que se resiente. «Cuando compramos por fuera del país, dejamos fuera del circuito a diseñadores, costureros, empleados, proveedores», concluye Coronel. La pregunta es qué equilibrio se encontrará entre la seducción de lo «low cost» y la necesidad de sostener la economía local.