Megan 2.0 finalmente ha llegado a cines: la esperada secuela de Blumhouse no tardó mucho en aterrizar en cartelera (apenas tres años después de la primera entrega), pero los cambios que propone son tan evidentes que uno no puede evitar sentir que estamos ante una suerte de soft reboot de la franquicia.
Por supuesto, algunos elementos sobreviven. Pero los temas son otros, los códigos han mutado, y la manera en que los personajes se desarrollan deja en el aire una pregunta inevitable: ¿en qué se ha convertido Megan desde sus días como ícono del subgénero de juguetes diabólicos? Acaso… ¿ha valido la pena esa transformación?
Amantes del horror, abandonad toda esperanza
Megan 2.0 se presenta como una secuela directa de aquella cinta que vimos en 2022, aunque pronto da señales de querer ser algo más: una reinvención. Los personajes principales regresan (la muñeca Megan, su creadora Gemma, la joven Cady) acompañados por un puñado de secundarios nuevos. Entre ellos, destaca Amelia, una antagonista androide, y Christian, un personaje ambiguo cuya relevancia irá creciendo conforme avanza el metraje.
La historia se sitúa algunos años después de los eventos originales. El gobierno estadounidense ha desarrollado su propio androide de defensa, igual de letal e inteligente que Megan, pero fuera de control. Y Gemma, ahora convertida en activista tecnológica, vive junto a una Cady adolescente, ambas todavía marcadas por la experiencia traumática de la primera cinta.
Violet McGraw ha madurado: tiene más control y presencia, aunque todavía no logra cargar escenas más complejas.
De forma abrupta, el FBI irrumpe en sus vidas buscando respuestas sobre el comportamiento de estas IAs. Y, sin previo aviso, Megan también regresa. No como una amenaza física al principio, sino como una voz digital, apareciendo desde una especie de asistente virtual y saludando a Gemma con burla: “Sí, volví. Qué sorpresa, ¿no?”. Una línea que resume con eficacia tanto el tono autorreferencial de la película como uno de sus principales problemas: su reincidencia en los atajos narrativos y las justificaciones flojas para resolver el guion.
Lo que sigue es una historia que abandona por completo el suspenso y el terror psicológico. Megan ya no es el monstruo escondido en la habitación del niño, sino una figura vigilante que (según la lógica de la película) ha aprendido de sus errores y busca redimirse enfrentándose a Amelia. Y como lo inquietante de su presencia se ha diluido, también gran parte de la atmósfera de la película.
Personajes y actuaciones dentro y fuera del valle de lo inquietante
Han pasado tres años desde la primera cinta, y eso se nota especialmente en Violet McGraw, quien interpreta a Cady: la actriz ha madurado, tiene más control y presencia, aunque todavía no logra cargar escenas más complejas. Allison Williams, en cambio, parece perdida en el cambio de tono de la película. Su Gemma nunca se adapta del todo a la farsa generalizada de la película, ni tampoco alcanza la gravedad emocional que demanda el conflicto con Megan. Queda en un limbo actoral que le resta fuerza dramática.
Los secundarios, como Brian Jordan Alvarez y Jen Van Epps, están apenas esbozados. Sus intervenciones funcionan más como alivios cómicos o soporte para la historia que como personajes plenos. Y el villano humano, interpretado por Aristotle Athari, es particularmente fallido: nunca se siente como una amenaza real, y su arco se desdibuja hasta casi desaparecer.
Si la primera película era una cinta de horror con toques de sátira, esta secuela es un thriller de acción con estética cyberpop.
La gran novedad es Ivanna Sakhno como Amelia, el androide rival. Su actuación es interesante, pero desequilibrada: sus microexpresiones la hacen demasiado “humana” para alguien que supuestamente representa el pináculo de la inteligencia artificial. Esto entra en contradicción con el principio del “valle de lo inquietante” que tan bien había manejado la primera entrega.
En contraste, la dupla Amie Donald / Jenna Davis, responsables de dar cuerpo y voz a Megan, sigue siendo la joya de la corona. Su interpretación conjunta es elegante, precisa, y logra mantener la inquietud incluso cuando el personaje es reducido a una asistente digital. Megan sigue siendo divertida, sarcástica y extrañamente entrañable.
De Chucky a John Wick en una simple actualización
Si el primer filme era una cinta de horror con toques de sátira, esta secuela es un thriller de acción con estética cyberpop. La cámara se mueve con soltura durante las peleas, las coreografías están bien ejecutadas, y hay un claro interés por intensificar el espectáculo físico: androides peleando entre sí, humanos con exoesqueletos, explosiones, tecnología fuera de control. Lo que antes era tensión construida en el silencio, ahora es adrenalina sostenida en la hipérbole.
Uno no puede evitar preguntarse si ciertas escenas existen únicamente para capitalizar en TikTok.
Esto no es malo en sí mismo. Megan 2.0 no pretende ser una obra de terror como Hereditary o The Babadook. Pero en su afán por parecerse a Terminator 2, sacrifica lo poco que tenía de perturbador. Y es que, al igual que en aquella transición entre The Terminator y su secuela de 1991, acá también vemos cómo una entidad terrorífica deviene en aliada, protectora, incluso heroica. Lo que se pierde, claro, es la sensación de lo desconocido. Ya no tememos a Megan: ahora queremos que gane.
Y ese es el punto de ruptura: la película no solo cambia de género, cambia de lógica emocional. Donde antes había tensión, ahora hay puro y duro espectáculo.
Una propuesta visual y sonora en los tiempos de TikTok
Como en la primera entrega, los bailes coreografiados y los ganchos musicales pensados para volverse virales están presentes. Es un fenómeno cada vez más común: momentos diseñados no para el cine, sino para su circulación fragmentaria en redes sociales.
Uno no puede evitar preguntarse si ciertas escenas existen únicamente para capitalizar en TikTok, y qué implica eso para el valor de lo cinematográfico en sí. ¿Qué pasa con el montaje, la puesta en escena, el ritmo narrativo, cuando muchas cosas parecen supeditadas a la posibilidad de viralizarse?
Visualmente, Megan 2.0 no se esfuerza demasiado por ampliar el lenguaje que ya había planteado su antecesora. La fotografía sigue siendo funcional, con una paleta neón que enfatiza la estética digital, pero sin riesgos. El montaje es correcto, pero predecible. Hay una intención clara de mantener el ritmo rápido, casi episódico, pero no hay un trabajo visual que destaque por encima de la media. No hay exploración de encuadres ni una búsqueda estilística fuera de lo esperable. Todo luce pulido, pero en piloto automático.
¿Megan 2.0 vale la pena?
No hay duda de que Megan ha cambiado. Y con ella, la franquicia entera. Pero a diferencia de otras secuelas que se reinventan desde la forma (como recientemente ha ocurrido con 28 Years Later), Megan 2.0 lo hace desde el tono. Abandona el horror porque ya no le interesa perturbar: quiere divertir, impresionar, tal vez incluso emocionar. El resultado es una película disfrutable, pero también más genérica. Un entretenimiento eficiente que se suma a la larga lista de secuelas de Blumhouse que saben hacia dónde moverse comercialmente, pero que rara vez se atreven a arriesgarlo todo.
Puede que algunos fans del primer filme sientan que esta entrega traiciona su espíritu; sin embargo, lo que propone esta nueva Megan es otra cosa: una nueva mitología pop. Un poco que no busca profundizar el terror, sino convertirlo en espectáculo.
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La noticia
Megan 2.0 no da miedo: abandonó el terror y ahora se parece más a Terminator 2. Reseña sin spoilers de la esperada secuela de Blumhouse
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3DJuegos LATAM
por
Jesús Zamora
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