Occidente está a punto de abrazar lo que Japón lleva años perfeccionando: que nuestras heces no caigan en el olvido

Occidente está a punto de abrazar lo que Japón lleva años perfeccionando: que nuestras heces no caigan en el olvido

Durante décadas, la intimidad del cuarto de baño fue un territorio vedado incluso para la tecnología más invasiva, un espacio culturalmente blindado frente a la obsesión moderna por la medición constante del cuerpo. Sin embargo, lo que hace tiempo empezó en Japón, apunta a convertirse en la mina de los huevos de oro de occidente: el negocio de las heces humanas.

El inesperado ascenso del “dato fecal”. Bloomberg lo recordaba en una pieza este pasado fin de semana que comenzaba con una escena que se dio hace poco y que simbolizaba el punto de inflexión: un gastroenterólogo sosteniendo entre las manos un trozo de heces secas en el plató de un podcast, debatiendo su forma como si evaluara una pieza escultórica.

La fascinación por el tránsito intestinal, antes relegada al ámbito clínico o a ciertos nichos biohacker, ha saltado al mainstream impulsada por una industria que identifica en la materia fecal un nuevo y vasto territorio de datos capaces de anticipar enfermedades, ajustar hábitos de vida y registrar dimensiones de la salud que hasta ahora se escapaban al radar digital. Lo que comenzó como humor, pudor o tabú se ha convertido en la base de un mercado emergente en el que gigantes tecnológicos del baño y startups biomédicas ven un campo completamente virgen comparable, en potencial, a los primeros días del reloj inteligente.

Del tabú al dispositivo inteligente. El salto no es casual. La aparición casi simultánea de dos productos de gigantes del sector (la línea Neorest de Toto y el sensor Dekoda de Kohler) demuestra que la industria ha decidido convertir el retrete en un ecosistema de análisis fisiológico continuo. Para empresas que llevan décadas innovando en el entorno doméstico, el baño representaba el último espacio intacto, y al mismo tiempo el más íntimo y emocionalmente cargado, un lugar donde la gente se aísla, reflexiona y baja las defensas. 

Los nuevos dispositivos se apoyan precisamente en esa quietud: algoritmos, sensores ópticos, espectroscopía y pequeñas cámaras trabajan en silencio para analizar parámetros como color, consistencia, volumen, hidratación, sangre oculta o patrones ligados a inflamación gastrointestinal. En el modelo de Toto, el propio retrete toma la iniciativa: ilumina el material, capta su caída, la compara con la escala clínica de Bristol y envía conclusiones al móvil del usuario en menos de un minuto. Son sistemas que no requieren disciplina, registro manual ni voluntad: el baño opera como un laboratorio automático integrado en la rutina diaria.

El Nearest de Toto

El salto clínico. Aunque a primera vista pueda parecer una extravagancia tecnológica, la lógica médica detrás de estos dispositivos es contundente. Los especialistas subrayan que enfermedades graves (desde inflamaciones hasta cáncer de colon) comienzan a manifestarse de forma sutil en el patrón fecal meses o incluso años antes de que aparezcan síntomas severos. De ahí que un retrete capaz de detectar cambios antes de que un paciente llegue a “seis u ocho deposiciones líquidas con sangre” pueda literalmente salvar vidas. 

En un contexto en el que los sistemas sanitarios tratan cada vez más patologías asociadas al estilo de vida, un detector casero, discreto y automático es una herramienta de prevención de primer orden. Para personas vulnerables o grupos con mayor incidencia de enfermedades intestinales, la tecnología puede acortar tiempos diagnósticos, evitar hospitalizaciones y reducir el coste sanitario mediante una supervisión continua que antes era impensable.

De Japón a Silicon Valley. La expansión del sector no se limita a Asia: empresas estadounidenses como Toi Labs han orientado su tecnología hacia residencias de mayores, hospitales y centros asistenciales, donde el tabú desaparece ante la necesidad. En ese ámbito, la monitorización fecal aporta información crítica sobre hidratación, nutrición, riesgo de infecciones y evolución de patologías crónicas. 

En paralelo, investigadores como Park Seung-min han llevado la innovación al extremo, diseñando prototipos capaces de identificar usuarios mediante la topografía anal, idea tan audaz como problemática que finalmente fue descartada por su evidente implicación en materia de privacidad. Su proyecto evolucionó hacia Kanaria Health, que busca desarrollar un retrete capaz de actuar como sistema de alerta temprana, no solo en digestivo, sino también en procesos hormonales o metabólicos, desde la ovulación hasta la detección de drogas. El interés institucional en Asia y Estados Unidos confirma que los gobiernos ven en esta tecnología un instrumento de salud pública, capaz de anticipar problemas en poblaciones vulnerables sin aumentar la presión sobre los servicios médicos.

Sensor Dekoda de Kohler

El dilema íntimo. Pero este avance tecnológico topa con el muro más delicado del siglo XXI: la privacidad. Los datos fisiológicos son, por su naturaleza, mucho más sensibles que las pulsaciones de un reloj o las calorías contadas por una pulsera de actividad. En un escenario en el que algunos gobiernos han utilizado información de salud para perseguir a ciudadanos (como ocurre en Estados Unidos tras los retrocesos legales sobre derechos reproductivos) surge una pregunta inevitable: ¿quién custodiará los datos del retrete? 

Casos extremos, como el de líderes políticos que viajan con baños privados para evitar filtraciones, sirven de recordatorio del valor estratégico de estas muestras. Para los usuarios, aceptar un dispositivo que analiza sangre, hormonas o sustancias ilícitas implica confiar en que esa información no será explotada, hackeada o judicializada. El desafío de la industria es demostrar que el beneficio en salud supera ese riesgo, generando sistemas seguros, anónimos y blindados.

Obsesión y riesgo. La expansión de los inodoros inteligentes también revela cierta tensión propia de nuestra era: el equilibrio entre la monitorización saludable y la ansiedad por exceso de datos. Igual que ocurre con los dispositivos de fitness, existe el riesgo de que los usuarios acaben “persiguiendo su propia cola”, interpretando cada variación menor como un problema hasta la paranoia. 

En este punto, los expertos recuerdan que el valor real está en las tendencias a medio plazo, no en la observación diaria compulsiva. Para quienes no padecen enfermedades digestivas, la utilidad puede (o debe) ser marginal si no se integra en un hábito racional. Aun así, la posibilidad de alinear dieta, hidratación y ejercicio con un patrón intestinal objetivo marca un salto cualitativo en el autoconocimiento corporal.

El futuro inmediato. El avance del sector apunta a que, en pocos años, el retrete inteligente será tan común como las básculas digitales o los purificadores de aire. La combinación de sensores baratos, inteligencia artificial y una cultura creciente de autocuidado empuja hacia un ecosistema doméstico donde cada gesto cotidiano deja un rastro de datos útiles

Para personas mayores, dependientes o con enfermedades crónicas, la tecnología puede convertirse en un salvavidas silencioso. Para las empresas, en una oportunidad de negocio de enorme escala. Y para los sistemas sanitarios, en un filtro temprano que evite colapsos. El baño, antaño último reducto del pudor, se transforma así en un laboratorio que no juzga, no exige y no olvida.

Así, lo que comenzó como una mezcla de morbo, humor y curiosidad se ha convertido en uno de los movimientos tecnológicos más sorprendentes del presente: la colonización del espacio más privado de la vida cotidiana por un sistema de análisis capaz de anticipar enfermedades, regular hábitos y redefinir lo que entendemos por autocuidado.

Imagen | Goodfon, Toto

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Occidente está a punto de abrazar lo que Japón lleva años perfeccionando: que nuestras heces no caigan en el olvido

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Miguel Jorge

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