Hay juegos que, aunque revolucionarios en su momento, quedan atrapados en la memoria colectiva como un eco distante que se ve opacado por otras entregas que parecen más deslumbrantes. Grand Theft Auto IV pertenece a esa extraña categoría intermedia: una obra maestra técnica y narrativa que, paradójicamente, no ocupa el lugar más cálido en el corazón de los jugadores, pero que sus calificaciones lo colocan como el mejor valorado de la saga (por encima de GTA V), y como uno de los mejores de todos los tiempos según Metacritic.
GTA IV apostó por la madurez, por un realismo incómodo que desafiaba el ritmo caótico de la aclamada saga de Rockstar. Fue un título que quiso retratar el sueño americano desde su ruina, no desde su gloria, y en ese gesto audaz encontró tanto su grandeza como su condena.
El salto técnico que cambió las reglas del juego
Cuando Grand Theft Auto IV llegó en 2008, el mundo de los videojuegos estaba cambiando. La transición a la nueva generación de consolas había dejado atrás los polígonos toscos y las físicas limitadas. Pero fue GTA IV quien marcó el verdadero punto de inflexión: el momento en que los mundos abiertos dejaron de ser simples escenarios para convertirse en ecosistemas creíbles.
Rockstar Games estrenó su motor gráfico RAGE, acompañado del sistema de físicas Euphoria, una combinación que transformó la manera en que los personajes, los vehículos y hasta los cuerpos reaccionaban ante el entorno. Cada colisión, caída y pelea, tenía peso, textura y gravedad.
Los críticos no tardaron en reconocerlo. Muchos lo describieron como “el primer juego de nueva generación”, una afirmación que no era exagerada. Liberty City no solo era un mapa; era un organismo que respiraba: desde las sirenas que se apagaban en la distancia hasta los peatones que discutían entre sí, la ciudad tenía una personalidad impredecible y absorbente.
Y en el centro de ese mundo estaba Niko Bellic, un inmigrante de Europa del Este que llegaba a Estados Unidos persiguiendo la promesa de un futuro mejor. Su historia, marcada por la violencia, desilusión y culpa, rompió con el tono paródico y desenfadado de entregas anteriores. Rockstar se atrevió a mirar hacia la oscuridad: la pobreza, corrupción e identidad fragmentada del exsoldado que descubre que el “sueño americano” no es más que una fachada sucia.
El resultado fue una narrativa más humana, amarga y profundamente crítica. Por primera vez, Grand Theft Auto hablaba de redención y trauma con la misma contundencia con la que hablaba de caos y criminalidad.
El realismo mata la fantasía
Sin embargo, esa misma ambición fue la que dividió a la comunidad. Mientras la crítica lo celebraba como una obra maestra, muchos jugadores sintieron que algo se había perdido por el camino.
El GTA IV que maravilló a los expertos resultó demasiado pesado para quienes venían de la exuberancia de San Andreas. Las calles grises de Liberty City reemplazaron los paisajes soleados de Los Santos; los aviones, bicicletas y gimnasios quedaron atrás; y el tono sombrío sustituyó al humor descarado. El realismo, que en lo técnico era su mayor logro, se convirtió en su mayor obstáculo para la diversión inmediata.
El sistema de conducción fue criticado por su lentitud y torpeza. Los autos se sentían pesados, difíciles de controlar, lo opuesto al estilo arcade que definía a la serie. Incluso las actividades secundarias, como ir al boliche o salir con amigos, se percibieron más como obligaciones que como entretenimiento.
GTA IV pedía paciencia, atención y empatía, no quería que el jugador se sintiera poderoso, sino vulnerable. Pero eso chocó con la expectativa del público: el sandbox por excelencia debía ofrecer libertad total, no introspección. Rockstar decidió madurar antes que su audiencia y su atmósfera opresiva, paleta gris y tono nihilista no eran errores, sino decisiones artísticas deliberadas. El problema es que el público aún buscaba el descontrol, no la reflexión.
Con el tiempo, Grand Theft Auto IV quedó atrapado en un limbo histórico. Es recordado como un prodigio técnico, pero raramente citado como “el favorito”. Su legado es silencioso, pero inmenso: sin él, GTA V no habría existido en la forma que conocemos, y su calificación de 98 en Metacritic, la tercera más alta en la plataforma, lo consolida como uno de los mejores juegos de todos los tiempos.
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La noticia
Sus gráficos nos dejaron con la boca abierta. Tanto que es considerado uno de los mejores juegos de todos los tiempos
fue publicada originalmente en
3DJuegos LATAM
por
Ayax Bellido
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