En medio de la escalada bélica entre Irán e Israel, una escena atrajo toda la atención global: China ordenó a sus petroleros abandonar el estrecho de Ormuz, la arteria por donde transita una quinta parte del petróleo global. Fue una reacción cautelosa, sí, pero reveladora. Más del 80% del crudo iraní tiene como destino las refinerías chinas, y sin embargo, Pekín optó por el silencio diplomático antes que la confrontación. Lo urgente cedió ante lo estratégico.
Y quizás ahí esté la verdadera historia. Porque mientras se aleja de las tensiones en Oriente Medio, China se acerca —paso a paso— a un hito energético que reconfigura el tablero global: su demanda de petróleo está a punto de alcanzar el pico. O quizás ya lo ha hecho.
De líder global a consumidor en pausa. Durante más de dos décadas, China impulsó buena parte del crecimiento global del petróleo. Desde su ingreso a la OMC en 2001, cada tramo de autovía construido, cada refinería inaugurada, cada ciudad expandida o megaproyecto lanzado añadía presión sobre la demanda mundial de crudo. Según el Financial Times, China ha sido responsable de más del 50 % del incremento en la demanda global desde el año 2000. Su expansión económica era también una expansión energética.
Sin embargo, esa trayectoria comienza a invertirse. La Agencia Internacional de la Energía estima que el pico de demanda se alcanzará en 2027, mientras que actores clave del sector en China lo adelantan considerablemente: Sinopec prevé que podría ocurrir antes de 2027 y CNPC afirma que ya se superó en 2023.
Un cambio de paradigma acelerado. El giro energético de China no ocurre en el vacío. Forma parte de una transformación tecnológica, social y económica mucho más profunda, que se manifiesta en todos los niveles de la vida cotidiana. Basta con ver cómo se han viralizado los vídeos de turistas pagando con la palma de la mano en supermercados o estaciones de metro. Lo que hasta hace poco parecía ciencia ficción, en China ya es rutina.
Ese mismo ritmo vertiginoso está ocurriendo en el sistema energético. Por un lado, una revolución tecnológica interna: vehículos eléctricos, electrificación del transporte pesado, camiones que funcionan con gas natural y trenes de alta velocidad. Por otro, un cambio estructural: la crisis inmobiliaria ha reducido la demanda de maquinaria pesada, materiales de construcción y petroquímicos, sectores históricamente ligados al consumo de petróleo.
La consecuencia es clara. Las importaciones de crudo cayeron en 2024 por primera vez en dos décadas —excluyendo la pandemia—, según datos del Financial Times. Una señal inequívoca de que el petróleo está dejando de ser el motor de crecimiento que fue durante más de 20 años.
Pero hay récord de producción. Paradójicamente, China está produciendo más petróleo que nunca. En marzo de 2025, alcanzó un máximo histórico: 4,6 millones de barriles diarios, según Global Times. Además, acaba de completar la perforación del pozo de petróleo vertical más profundo de Asia, con 10.910 metros de profundidad. ¿Contradicción? No exactamente, ya que China perfora cuando hay necesidad.
El punto es que el 72% del petróleo que consume es importado. Para Pekín, esa dependencia es una debilidad. Por eso, desde hace años, invierte más de 80.000 millones de dólares anuales en revitalizar antiguos yacimientos. El objetivo no es crecer sin freno, sino garantizar un suministro doméstico estable. CNOOC ha asegurado en Reuters haber alcanzado un ratio de reemplazo de reservas del 167%, lo que permite mantener la producción interna durante al menos una década. En otras palabras, menos petróleo para consumir, pero más petróleo propio para controlar.
El fin de una era. Según los analistas de Bloomberg, está terminando el superciclo petrolero que definió los mercados durante más de 20 años. A medida que China se desacopla del crecimiento intensivo en crudo, la presión sobre la OPEP, las grandes petroleras y los países exportadores —como Arabia Saudita, Irak o Rusia— se vuelve cada vez más fuerte. Morgan Stanley lo ha resumido con claridad para el Financial Times: “El mundo que conocíamos, donde el petróleo subía cada vez que China crecía, está desapareciendo”.
Para dar comienzo: un electroestado. China no solo está frenando su consumo de crudo, está construyendo una economía impulsada por electrones. Desde que Xi Jinping asumiera el poder en 2013, el país lanzó una “revolución energética” basada en electrificación, innovación tecnológica y soberanía energética. Hoy, el 10% de su PIB está vinculado a industrias limpias: vehículos eléctricos, baterías, paneles solares, redes inteligentes, turbinas eólicas.
Hoy por hoy, el gigante asiático es el mayor productor mundial de coches eléctricos, y sus dos grandes campeones —BYD y CATL— reinvierten cerca del 5% de sus ingresos en I+D. Además, como han detallado en Bloomberg, ya ha desplegado 40 líneas de transmisión de ultraalta tensión, que conectan las mega plantas solares del oeste con los centros industriales del este. El país planea invertir otros 800.000 millones de dólares en los próximos cinco años para consolidar su red eléctrica. ¿El objetivo? Reducir la dependencia del petróleo sin comprometer el crecimiento.
Tras el pico. Con China fuera del centro de la demanda, India y otros países emergentes absorberán parte del crecimiento, pero sin alcanzar la escala del gigante asiático. Según la IEA, la demanda global de petróleo alcanzará su máximo en 2029, pero sin China, el mercado perderá su principal motor. “Incluso si otras economías siguen creciendo, el descenso chino marca el inicio de un declive estructural en la demanda mundial de crudo”, ha explicado Ciarán Healy, analista de la IEA.
Mientras sus barcos dan media vuelta en Ormuz, su economía acelera en otra dirección. No hacia una guerra de precios. Sino hacia un modelo donde el poder no se mide solo por reservas fósiles, sino por capacidad de transformación. La era del petróleo no termina, pero si su papel dominante en el modelo económico mundial se está replegando. Las reglas del juego están cambiando.
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Un escenario de ramificaciones explosivas acaba de abrirse en la industria energética mundial: el «peak oil» de China
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Xataka
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Alba Otero
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