Cuando el sol de diciembre supera al de abril: la paradoja luminosa de un panel vertical en el balcón

Cuando el sol de diciembre supera al de abril: la paradoja luminosa de un panel vertical en el balcón

El mes pasado, Alejandro Diego Rosell —consultor energético, profesor y analista con más de una década en el sector fotovoltaico— descubrió algo que no encaja con lo que todos creemos sobre la energía solar: su balcón produjo el día más alto de generación del año y también un día de cero absoluto. Mismo mes, misma instalación, pero resultados opuestos. 

La paradoja no es un fallo: es exactamente cómo funciona un balcón solar en una ciudad real. Y lo que revela su caso desmonta buena parte de los mitos del autoconsumo urbano.

El fenómeno del balcón solar. La explicación empieza por una frase que Diego repite en la entrevista que nos ha concedido en Xataka: «El rendimiento real depende más del ángulo, la sombra y la geometría del edificio que del mes del calendario». Sus paneles están instalados casi en vertical, una orientación poco habitual en tejados pero muy común en pisos españoles. Y esto altera por completo el patrón clásico de producción solar.

¿Y por qué? Precisamente es por la combinación de verticalidad y batería. Su instalación funciona ahora con batería plug-and-play, y eso introduce un fenómeno poco conocido: «La batería necesita una corriente mínima para empezar a cargarse. Si la producción es demasiado baja, no la acepta y tampoco envía nada al microinversor». En otras palabras, sí se genera algo de energía, pero es tan poca que la batería no llega a activarse y el sistema no la contabiliza. Esa producción mínima se queda fuera de los registros, lo que hace que algunos días aparezcan como «cero» aunque realmente no lo sean.

La posición importa. La experiencia de Alejandro Diego destapa varios aprendizajes que casi nadie conoce antes de instalar uno de estos kits. Por un lado, un panel vertical rinde más en invierno. «En invierno el sol está tan bajo que te mira desde el otro lado de la calle», señala el analista energético. Y tiene sentido físico porque el sol al estar bajo incide de manera casi perfecta en un panel vertical y el frío hace que haya mejor rendimiento. De hecho, esta idea no es anecdótica, la verticalidad se está empezando a adoptar incluso en instalaciones profesionales, como es el caso de la empresa Over Easy Solar en la Comunidad Valenciana. 

Por otro lado, las sombras son el gran enemigo invisible . «Las sombras viajan», insiste el consultor energético. Una barandilla que en junio apenas toca el vidrio del panel puede arruinar un 20% del día en enero. Un toldo del vecino puede recortar horas enteras de producción. Y los edificios altos generan sombras proyectadas que se mueven como un reloj. 

Las baterías y la letra pequeña. Aquí llegamos al kit de la cuestión: «No es enchufar y listo». El profesor de Máster en Energías Renovables (MERME) detalla que las baterías domésticas plug-and-play ayudan —desplazan consumo, permiten inyección prolongada, mejoran el aprovechamiento de picos—, pero también traen sorpresas: las producciones muy bajas simplemente no entran en el sistema, hay pérdidas de eficiencia en el ciclo carga-descarga, y pesan más de lo que la gente imagina.

En un mercado donde Ikea, EcoFlow, Zendure o incluso eléctricas están lanzando baterías «para todos», esta aclaración importa.

La fotovoltaica urbana es imprevisible. Si hay algo que Diego tiene claro después de casi un año midiendo cada vatio que entra en su balcón es que la fotovoltaica en ciudad no sigue las reglas que uno imagina desde fuera. En su instalación, los datos cambian de forma abrupta según el ángulo del sol, la presencia de sombras o incluso el tipo de nubosidad. Y no hace falta irse a teorías: se ve en su día a día.

En diciembre, por ejemplo, ha llegado a registrar más de 2 kWh en un solo día. Parece contraintuitivo —sobre todo pensando en que diciembre es uno de los meses con menos horas de luz—, pero la explicación es simple: el sol bajo incide casi de frente en un panel vertical y el frío mejora el rendimiento eléctrico del módulo y del microinversor. Sin embargo, en abril —con días más largos y cielos despejados— ha tenido jornadas que no llegaban ni a 1,5 kWh. «El ángulo del sol cambia todo», explica. En primavera el sol empieza a subir, golpea el panel desde arriba y la verticalidad penaliza más de lo que la intuición sugiere.

La nubes también influyen. Esto abre otro capítulo: incluso pequeñas nubes de paso pueden reducir la producción en cuestión de segundos, porque bloquean la luz directa —la que realmente dispara la generación— y dejan solo la difusa, mucho menos aprovechable en una instalación tan dependiente del ángulo. Cuando el cielo se cubre del todo, la situación es aún más clara: la producción suele hundirse hasta el 5–10% del potencial diario, cifras que el consultor ha visto repetirse una y otra vez.

Estas mismas oscilaciones extremas son habituales en los miles de balcones solares instalados en Alemania: días muy buenos, días muy malos y un rendimiento que depende más de la física urbana —sombras, orientación, edificios altos que cortan el sol en diferentes horas— que del calendario o del clima general.

La conclusión, en palabras del propio Diego, es que un balcón solar es didáctico, útil y sorprendentemente eficiente para su tamaño, pero no mágico. Produce, sí, pero produce según la realidad física del edificio, no según la idea mental que muchos tienen antes de instalar uno.

Las barreras reales de instalar uno. En España existe un ecosistema particular: los kits enchufables están limitados por ley a 800W, las comunidades de vecinos pueden exigir permiso si van en fachada o barandilla y la normativa exige protecciones eléctricas y, a veces, contador bidireccional. Alejandro Diego no tuvo problemas con su comunidad —»desde la calle casi ni se ve»—, pero admite que en otros edificios puede ser un cuello de botella.

En cambio, en países como Alemania, la regulación protege explícitamente el derecho a instalarlos. El resultado ha sido más de 1,5 millones de kits operando y medio millón instalados solo en un año.

El falso miedo a saturar la red. Uno de los temores más repetidos en comunidades de vecinos es que, si muchos residentes instalan balcones solares, la red del edificio podría saturarse. El analista lo descarta sin matices: «Muy improbable o rozando lo imposible». Los microinversores de estos kits están limitados por ley a entre 300 y 800W, una potencia mínima comparada con los picos que ya soporta cualquier comunidad por culpa de ascensores, bombas de agua, garajes o electrodomésticos funcionando a la vez. Incluso cien vecinos produciendo simultáneamente generarían un impacto eléctrico menor que el arranque de un ascensor.

La paradoja es que, lejos de «estresar la red», estos pequeños sistemas tienden a aligerarla, recortando la demanda de cada vivienda durante las horas de sol. Y ese alivio se traduce en dinero: según Diego, un balcón solar bien orientado puede ahorrar entre un 10% y un 25% de la factura, dependiendo de hábitos y consumo base. En su propio caso, en marzo —con 400 W y sin batería— pagó 48,90 € en Madrid; sin autoconsumo, habría rondado los 65 €. Con paneles cada vez más baratos y amortizaciones típicas de 4 a 6 años, la ecuación deja de ser solo energética para convertirse también en económica.

Hacia dónde evoluciona la fotovoltaica urbana. Según el consultor energético, lo próximo serán: microinversores más eficientes, baterías plug-and-play con IA y paneles específicos para fachada y bifaciales.

Estas previsiones encajan con la ola BIPV (Building Integrated Photovoltaics): ventanas solares transparentes, barandillas solares bifaciales, paneles verticales bifaciales que funcionan mejor con luz difusa e incluso cruceros con balcones fotovoltaicos capaces de cubrir casi la mitad del consumo de cada camarote. Con la UE exigiendo edificios de emisiones cero desde 2030, cada fachada será una oportunidad energética.

Consejos antes de comprar. Alejandro Diego Rosell lo ha señalado en cuatro puntos:

Un cierre desde el balcón. La historia del balcón solar de Diego demuestra que la transición energética empieza en pequeño: en un balcón, en un panel de dos kilos que se cuelga casi como una maceta. No es una máquina de promesas instantáneas, pero sí una pieza real del puzle energético urbano: produce, enseña, ahorra y cambia la forma en que entendemos la electricidad en casa.

Y quizás, dentro de unos años, cuando las fachadas sean generadoras invisibles y las ventanas produzcan electricidad sin que nadie lo note, recordemos que todo comenzó con algo tan simple como un balcón solar.

Imagen | Marco Verch

Xataka | Tras azoteas y balcones, barandillas: los paneles solares se han empeñado en conquistar cada palmo de edificio


La noticia

Cuando el sol de diciembre supera al de abril: la paradoja luminosa de un panel vertical en el balcón

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Xataka

por
Alba Otero

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